miércoles, 15 de agosto de 2007

critica teatral de nuestro estreno en el año 2006. Bodas de sangre



VIVIR
TEATRO CRÍTICA
Todo lo cría la tierra
ANDRÉS MOLINARI/GRANADA
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FICHA
F Espectáculo: 'Bodas de Sangre', de F. Gª Lorca.

F Dirección: Miguel Serrano.

F Actores: C. Galdeano, P. Jiménez, P. Cantero, N. Rojo, R. Sacristán, J. Molero, etc.

F Música: F. Hernández y P. Sánchez de Medina.

F Teatro: Isabel la Católica, días 6 y 7 de mayo, casi lleno. Estreno.

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Todo lo cría la tierra, incluso el teatro. Como ejemplo, este drama de Lorca, el más telúrico y a la vez el menos terrenal de los escritos por el poeta, en el que se hace insistente alusión a la tierra como riqueza de hombres y yacija de cuerpos muertos, pero son la luna y la noche las que protagonizan el tercer acto. Por eso, uno de los aciertos de este montaje, despojado de reposteros y de arboledas, son los mutis verticales: ese levantarse de la tierra en el primer acto y esa parcial vuelta a la tierra en la escena final.

Otros hallazgos salpican de buen teatro este último montaje de la compañía Instante, destacando el atinado ritmo impreso a todo el devenir dramático, que ni muestra cansancio ni satura de innovaciones vacuas. Puede que algunos recursos dramáticos estén demasiado vistos y sosamente utilizados, como los palitroques con sordina de algodón en su base y sonajas poco sonoras en su altura; pero otros, como el columpio de la luna, vuelven a elevar el nivel estético del tercer acto, decaído tras la atrabiliaria fiesta epitalámica del segundo.

Y es que en muchos 'instantes', sobre todo en el aludido casorio, se dejan los gestos y las coreografías al libre albedrío del actor, el cual se mueve como en un guateque adocenado, perdiéndose mucho en espectáculo ajedrezado de simbólicas intenciones, aunque parezca ganar en naturalidad rural.

Mejor las mujeres

La interpretación es mesurada y por momentos excelente, con matices esporádicos pero sumamente acertados. Destacan más las mujeres, tanto el trío de las más apegadas a la tierra: Carmen, Nuhr y Concha, como Carmen, la muerte portadora de fanal en lugar de guadaña. Entre los hombres el único verosímil es Pedro Jiménez.

El coro, unas veces sorprende y otras gusta; su entonación trágica dista algo de la espectacularidad griega y su sincronización de voces deja un poco que desear, pero resulta una de las partes más atractivas del montaje, comportándose como auriga del ritmo y Caronte de los sentimientos.

Entre las cosas que distraen más que atinan se encuentra el vestuario, demasiado artificioso, con perniles acuchillados, cueros mal cosidos y jirones que nada dicen, con insistencia en el blanco sin virar al rojo tras la herida abierta en cuerpos y familias.

Entrega humana

Tampoco tiene sentido una gasa demasiado opaca, que simboliza el velo de la noche, pero que es blanca, aunque reciba bien en bajorrelieve los mitos del bosque.

Sin embargo, todos esos detalles no merman un ápice la bondad del espectáculo, su peculiar visión simbólica, su desnudez casi desértica y su esforzada entrega humana. Todo ello arropado por un espacio sonoro impecable y bellísimo, con canciones muy oportunas y casi escalofriantes, con sones llegados desde ambas orillas del Mediterráneo, porque si la tierra cría todo tipo de artes y de hombres, sus vidas van a parar al mar, donde todas las sangres son azules.

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